Tranvía de verano desde Coney Island a la Malvarrosa

agosto 21, 2013 Jon Alonso 37 Comments









Dicen  que Little Fugitive (1953) es un documento muy valioso. Algo así como "el eslabón perdido en la historia del cine moderno" y los inicios de la Nueva Ola, una película que escapa a la lógica clásica del guion para dar expresión a la gracia de la infancia. Ni siquiera los geniales Ashley, Engel y Orkin sabían que estaban creando magia. Algo así, como el misterio de Atapuerca en el revolotum protohomínido. La cuestión no era esa, —podemos quitarle la tilde al demostrativo, lo dice la RAE—precisamente, este verano ha sido un ir y venir en Metro/tranvía. Creo que ayer por la noche volví a ver esta pequeña obra maestra. Una delicia en este siglo XXI comprobar la magnificencia de ese invento llamado aire acondicionado. El runrún de la hipotensión me ha dejado por la cabeza resquicios de mi amada infancia.
















Bien, estos son los acontecimientos ocurridos en aquel fascinante día. Finales de julio, a 33 grados y un 70% de humedad relativa; la camiseta pegajosa y arrugada. Vulturno era el dueño de la ciudad.  Aquella tarde decidí darme una vuelta por Coney Island. Caminaba por la calle 8 del parque cuando de repente vi como un taxi amarillo, que  cruzaba por la sexta a toda pastilla, y ¡crash! Chocó contra el chiringuito de los perritos calientes. El conductor, un sij con vaqueros rotos había atropellado a Emiliano, el hondureño de carácter afable y servil con los tubos de mostaza. Su cuerpo yacía en el asfalto con las piernas giradas de lado y la cabeza llena de sangre.


















Sirenas, ambulancias y un gran gentío se acercaba hasta la esquina del carrito de los hot dogs. Miré de refilón su sonrisa giocondesca mientras era atendido por los  paramédicos de urgencias.  No lo recuerdo bien y del aturullado y lacrimoso sij, no sé qué fue de él. Pero la parroquia, quería el turbante y bramaba en egipcio. De repente, vi como el déjà vu me trasladaba a pie de andén en la estación de Orriols,  dirección playa de la Malvarrosa y me di cuenta, que estaba solo en el vagón. El tranvía se dirigía hacia sus correspondientes paradas, pero no había pasajeros. Seguí el viaje —ensimismado— recordando los días de arena, olas y cubo playero. Todos los veranos son distintos y tienen alguna historia que rememorar.














Deseaba la calidez de la voz de mi madre, el tacto de los suaves pechos de mi vecina y mirar por donde el azar interrumpiera una tormenta de verano. Mientras saboreaba una buena rodaja de sandía contemplaba el fondo del horizonte: todo era infinito. Por un momento, me invadió un deseo de eliminar a toda la gente de la orilla con mi Colt. Pero se hartaba un empeño demasiado costoso. El humo de sus cigarrillos, el sabor de aquellos gruesos y almibarados labios en mi boca. El contacto de su piel abrasiva como un paladar oscuro en las noches de akerrales vírgenes por San Juan. La añoranza del lomo de la yegua que cabalgábamos juntos;  tus shorts y tus carcajadas.















El tranvía partió y los anfitriones agitaban sus brazos. Los más osados perseguían con la mirada a los viajeros de turno. Algunos corrían junto al andén, en un esfuerzo por capturar  al ser querido. La misma emoción que ellos sentían, desconociendo la situación en que aquellos se encontraban, junto a los sempiternos desconocidos de todos los veranos. Únicamente, debían responder con una sonrisa forzada. Los más entusiastas movieron los brazos, incluso amagaron con levantarse de sus asientos, pero tenían una desventaja adicional, ya que debían cortar de improviso su bonus de felicidad al no ver el  oscuro objeto de su gozo.
















En el apeadero, los otros, en cambio, marchaban y se reunían con personas amigas, que explayarían fingidas alegrías y las venderían  por otras. Me desperté, el corazón latía algo más rápido que de costumbre. La sábana bajera estaba empapada de sudor. En la mesilla vi envolturas de caramelos, piruletas y mondas de sandía rallada. También una caratula de blu-ray, con el título; “Little fugitive” (1953)  Me gusta el tranvía,  mi ciudad y jugar de delantero centro. El entrenador dice que el próximo verano de 2014 estaré listo. La noche se hace americana por obra de Truffaut, he vuelto para quedarme en la tierra.







                                       Dedicado a Elmore Leonard 1925-2013 in memoriam









   

                           



               




                      Fotogramas del film "Litlle Fugitive" (1953) by R. Ashley, M. Engel & Ruth Orkin










P.S.; Hemos vuelto, no sé si con la pilas cargadas. No hemos hecho nada. Ni leer, ni ver cine, ni ilustración de reliquias turísticas. Sólo me he perdido en las olas del mar y su música. Por cierto, nos hemos hecho un lighting; estamos muy guapos. Más espirituales y materialistas. Por cierto, Google no ha ganado la partida. Disfruten y nos vemos en el mismo sitio. En Septiembre más...