Alfred Hitchcock, el genio de la obsesión

junio 09, 2014 Jon Alonso 0 Comments








Decían Chabrol y Rohmer: "La forma no embellece el contenido, crea”. El erotismo en Hitchcock es un elemento clave de la estructura narrativa de sus películas. Se asocia con historias de amor, que suelen comenzar con una liberación física de los personajes o de un noviazgo, ya bien sea, superficial o más profunda. Hasta acabar atrapando la ingenuidad de lo carnal. Empero, esas disquisiciones tan intelectuales les serían extrañas y abruptas por estos lares donde lo canallesco y noctambulo son moneda de cambio como la mano de un Baratheon. Luego, a mi admirado Hicht, le podría dedicar tantas palabras como visionados a todas sus películas. Desde la muda, “El jardín de la alegría” (1925) hasta la fascinante “la trama” (1976). Es más, me podría arrancar con alguna de las milongas de Sabina al lado del decano Serrat por mi amado Buenos aires. Sin embargo, hay que hablar de este cineasta, que está entre los cinco mejores de la historia de este arte. Un personaje excepcional y como tal, un ser humano lleno de complejos, obsesiones y frustraciones. Mi abuela me decía: “no hay que  recelar de aquellos tipos con aspecto anodino y percha de sombrío funcionario, atravesado en una vieja estafeta de provincias. Detrás de esta fachada, chaval, puedes encontrarte con la mente de un genio difícil de enmarcar.” Ya les he dicho por estos parajes que mi abuela era un mujer sui generis, a la que le dedique uno de mis insólitos artículos. Alfred Hitchcock siempre hizo las cosas con premeditación y repleto de deseo. Eso sí, a lo grande. Otro cantar fue el terrible paramo de la frustración. Y de esa hay mucha en este mundo de la blogosfera, tanta como bagatelas literarias. Hitch nació en 1899 en el East End londinense, dentro de un círculo familiar dedicado al mundo del comercio. El padre de AH, el Sr. William era un tipo duro y escrupuloso que aleccionó con mano de Tywin Lannister al benjamín Alfred. Hasta tal  punto que el chaval se iba de posaderas con atisbar la presencia de su sombra. Y ahora, por favor, no les entré un ataque de pánico con lo del método educativo victoriano.












Pero algo de verdad tendrá aquello de: “la letra con sangre entra”. Aunque, la ocasión la pintaban calva. Pues, el pequeño Hitchcock no es que fuera el ángel de la guarda, ya que mantuvo una actitud entre lo hooligan y relativas trazas sinvergonzonas, pulimentadas de un sutil sadismo. Una de sus gloriosas gansadas era anudar a sus compañeros de clase. No hay nada como la ilustración del cacumen para darse cuenta que no van atando longanizas a las colas de los perros. El pequeño Alfredo, estaba en los límites de la entrepierna de papa William, y, éste estaba hasta la coronilla tras la enésima diablura del genio. El Sr. Hitchcock padre, se las ingenió para que recibiera su pertinente castigo en una celda de la comisaría del distrito. Pasó toda la noche rodeado de barrotes y mugre. ¿Traumatizador?, ¡Jo y eso que siempre había pensado que el psicópata de mi padre era el mayor de los malvados con los que me había topado! Ahora que la figura de D. William se convirtió en una de las mayores obsesiones del futuro cineasta. Es evidente, que nuestro director lo explotó en el seno de sus fantasías narrativas hasta el paroxismo. Y es que un buen plato de venganza fría, tratándose del maestro del suspense, nada mejor que servirlo en  35mm: puro refinamiento y marca de la casa. Desde entonces, la policía siempre fue un constante que generaba en AH todo tipo de angustias y malestares. Además, ese recelo que le generaba la silueta de su padre, muy pronto se vio expuesta en el acólito refugio de su madre, Miss Ellen Kathleen. Una pobre pseudodiscapacitada por una lesión crónica en sus piernas, la cual, le abocaba a  pasar las tres cuartas parte del día en la cama. Pero además de impedida, la Sra. Kathleen era una mujer manipuladora y posesiva. Por un lado, lisonjeaba al pobre “Alfredito” con palabras del tipo “mi corderito” o “mi angélito”. 

















Y después, se la colocaba como una princesa Lannister por el costado, obligando a Hitch a realizar ejercicios de arrepentimiento. Todas la santas noches, el pequeño debía de subir a la habitación de mama y proclamar todo lo que había hecho mal a lo largo del día. No sería muy breve, conociendo a la perla del maestro. La cosa finalizaba con un padrenuestro y solicitando el perdón divino, previa supervisión de su santa madre. AH,  prosiguió sus estudios hasta los catorce años en un colegio Jesuita. Mal asunto, pues el que teclea anduvo con los Escolapios y fue mi perdición. Luego, el trabajo que dejó pendiente papá Hitchcock fue un pispás para el comité de la sotana fashion. Estos terminaron la faena que no remató el patriarca. El método era de lo más retorcido que se puedan imaginar. Sólo aquellos que hemos convivido junto a estos leviatanes de hábito negro, lo sabemos. El interno debía de elegir cuando era el momento idóneo para soportar la penitencia que se le había arbitrado. Debería de mostrarse en uno de los cubículos especiales del colegio donde se hallaba el abate de turno y  dirigirse a él para decidir el modus operandi. Lo más parecido a uno de sus momentos de mayor clímax de terror en sus films versus la ejecución final. ¿Comienzan a ser más comprensivos con el genio londinense y sus fobias? La verdad, que quien haya tenido una infancia maravillosa: lo admiro. Hitchcock tuvo toda su vida una obsesión paroxística por las mujeres lisiadas y la tortura.  Entrados en harina, sólo hay que ver el film Encadenados (1945). El personaje que interpreta —un excepcional—  Claude Rains de nazi agazapado, cobarde, endeble y pacato. Es incapaz de tomar decisiones por sí sólo. No obstante, su madre—esa señora de apariencia piadosa—se revela como un demonio; una asesina gélida y cruel, a la que no le temblará la mano cuando se ponga en el quite de envenenar a la hermosa Ingrid Bergman.


















Toda la obra de Hitchcock está empapada de una larga lista de malvadas madres, egoístas y posesas. Muchas de ellas convertidas en iconos de la historia del 7º arte. En el fondo Hitch era un creador de atmosferas y estados, donde la proximidad táctil creaba conciencias sobre la importancia de las relaciones superficiales. Es decir, el amor para el maestro se manifestaba en la carne. Pero en algunas películas—este contacto carnal— está en un tris del golpe asesino, que es el paso de una acción a otra en un solo movimiento de sagacidad. Y es que la famosa frase de François Truffaut quedaría ilustrada en este carrusel de fotogramas. Tal como afirmó de su lengua el director galo: "las películas de Hitchcock aman escenas como las escenas del crimen y las escenas del crimen como escenas de amor". La aparición de la mujer es la realización visual de un deseo fotogénica del ideal femenino que físicamente está más cerca del espectador, pero en la distancia de su lugar de perfección plástica muy por encima de lo normal. Luego, la proximidad del cuerpo mira hacia otro ángulo. Las mujeres se convierten en iconos de la belleza inaccesibles hasta que entran en la acción y la intriga. Basta con revisar a Tippie Hedren en Marnie la ladrona (1964), y el leitmotiv del film, que estribaba en la cojera de la madre y la culpabilidad por los abusos sufridos en el pasado. Tal fue el grado de obsesión de Hitch, que visionando el film de nuestro genio aragonés, D. Luis Buñuel, “Tristana” (1970) anduvo tan obnubilado con la historia que termino por revisar la obra original de Pérez Galdós. El ideal de mujer de Hitchcock era una rubia fría, pero sexualmente atractiva, distante y a la vez sugestiva. Recordemos a la Deneuve de Buñuel, tullida y de cabello dorado. Ahí donde llega Hitchcock con la elegante y bella, Grace Kelly y realiza la ventana indiscreta (1954). La Kelly logró mantener una distancia insalvable para el director, que la respetaba y admiraba en silencio, inmovilizado, como el personaje que hacía James Stewart, con la pierna enyesada y mirando impotente por la ventana, cómo se cometía un crimen en el edificio de enfrente.



















A partir de ese instante, Hitchcock abandonaría esa parálisis y reconvertiría su pasión reprimida en impulsos perversos. A menudo, en el mismo set de filmación. Los episodios de Vera Miles (protagonista de Falso culpable 1956 y coprotagonista de Psicosis 1960) y el affaire Tippi Hedren (Los pájaros 1963 y Marnie, la ladrona 1964), removerían lo suyo como ejemplos paradigmáticos. En ambos casos, las actrices fueron agasajadas con ropa, flores, notas, reuniones a solas, consejos y sugerencias subidas de tono. Vera Miles no recibió de buen agrado sus gestos sino que, para disgusto de Hitch, rechazó el papel de protagonista en Vértigo (1958) al estar embarazada. El genio británico gritaba desgañitado: “Iba a convertirse en una verdadera estrella con este film, pero no pudo resistir al “Tarzanete” de su esposo. ¡En vez de tomar la píldora de la jungla!", espetó el cineasta, defraudado. Su reemplazo fue la explosiva Kim Novak, actriz, a la cual nunca quiso reconocerle los méritos de esta obra maestra, junto al esplendido Jack Stewart. No terminó de encajar a la hermosa rubia de Chicago como segundo plato. Y dentro de este submundo de angustias del aturdido Hitch, le quedó la angelical y desgraciada Tippi Hedren, la cual, pagó todos los platos rotos. Recibiendo un trato inhumano en el set de rodaje. Soportando una de las escenas más crueles de la historia de la cinematografía: el famoso ataque de las gaviotas, cuervos y demás especímenes. Tuvo que estar de baja una semana con un schock emocional y físico brutal. Asimismo, el vínculo entre el impulso sexual y criminal; es un calco en Frenesí (1972).













En la reiterativa incapacidad del individuo por llegar a la mujer deseada, derivando en la violación y asesinato de la Sra. Blaney, la actriz Barbara Leigh-Hunt. El protagonista de este arriesgado film, en su época, Robert Rusk (Barry Foster) se encuentra en la misma posición que el trastornado y frustrado Norman Bates. Sin embargo, la película que mejor recrea el mayor de todos los tormentos y remordimientos, de un hombre por una mujer, la rodó el mismo maestro y es la mencionada, anteriormente. En 1958, Hitcht rueda la obra perfecta tras una inversión de planos subjetivos termina por hacernos cómplices de la pesadilla del protagonista  Scottie Ferguson (James Stewart). La simplificación de los recursos estilísticos nos adentra en la sensación de vértigo y el vacío interior de nuestra propia llamada. Al  introducir la intimidad de un personaje vital. Añádanle a un músico de la talla de Bernard Herrmann y tendrán la sensación de malestar más duradera de toda su vida. Ni en un parque temático lo pasarán peor o tendrán el mayor de sus gozos. Y es que "las películas de Hitchcock aman escenas como las del crimen, y las escenas del crimen como las escenas de amor". Así fue este genio de la historia del séptimo arte como comentaba al principio y habrán tenido la suerte de comprobar en sus dos recientes biopics. Uno donde el protagonista, lo encarna Anthony Hopkins “Hitchcock” (2012) y el otro realizado por HBO, donde Hitch lo interpreta un exquisito, Toby Jones “The Girl” (2012) El material para las dos películas no puede ser más jugoso: arrogancia, castings, gente famosa, mobbing, obsesiones tortuosas, sexo y violencia. Claro, que sí el joven rotulista amante del cine de Griffith, lector de Poe y admirador de las rubias más cool resucitase… Mejor nos vemos en otra ocasión.


















                                                 Dedicado a Rafa Nadal, campeón de 14 Grandes Slams





Fotogramas adjuntos


 The Pleasure Garden (1925) by Alfred Hitchcock
 Notorious (1946) “ “  “
 Marnie (1962) “  “   “
 Vertigo (1958) “ “  “
 Psicosis (1960) “  “  “
 The Girl (2012) by Julian Jarrold






Bibliografía consultada y recomendada

Alfred Hitchcock by Donald Spoto Ed. Ultramar (1990)
Hitchcock pour C. Chabrol & E. Rohmer. Paris, Éditions universitaires (1957)
Hitchcock: A Definitive Study of Alfred Hitchcock by Francois Truffaut Ed. Touchstone (1985)
The Cinema of Cruelty: From Buñuel to Hitchcock by André Bazin&Francois Truffaut Ed. Arcade Books (2013)